O valor do que se escreve, não está na escolha das palavras, mas sim naquilo que se vê.
E os olhos com que vemos a beleza das coisas, não nos diz respeito a nós, só a elas.
Assim, sem mais explicações.
E os olhos com que vemos a beleza das coisas, não nos diz respeito a nós, só a elas.
Assim, sem mais explicações.
36 comentários:
Assim, sem mais explicações fiquei a pensar na beleza das coisas...
Será?
A beleza das coisas, das pessoas e dos momentos, não estará também e muito nos olhos com que as vemos???
Deixo a dúvida.
Beijinhos e Boa Noite
Licas
Subscrevo, assino por baixo e ponho carimbo.
O valor do que se escreve está na cor do que sentimos… as palavras coloridas no olhar do cor ação tem os teus olhos…
Os olhos do coração têm uma visão que exalta da sensibilidade da visão…”olhos nos olhos”
Beijinhos das nuvens
A beleza depende pura e simplesmente dos olhos do observador.
Boa noite, Patti!
Há muito que aprendi a acreditar numa das consequências do que escreve, Patti: que não criamos nada, que somos todos interpretes (do tempo, da idade, do lugar), uns melhores que outros, mas todos interpretes.
Tiago:
Exacto. No fundo, seremos pouco importantes e isso custa muito reconhecer.
Patti, permita-me que discorde...
Às vezes, são as palavras que nos despertam para a beleza das coisas. Às vezes, a beleza está mesmo só nas palavras e não nas coisas. Mas, às vezes, também, há uma beleza nas coisas que nenhuma palavra sabe exprimir.
Mas será que não estou a afastar-me do ponto? :-S
"às vezes só me faltava eu" diz ali ao lado .. frase que retive. às vezes não chegamos a faltar nas letras que lançamos, as faladas e as escritas.
Como neste pequeno excerto em que não falta nada.
É tal e qual como diz Patti :)
É mesmo Patti, escreve-se e deixa-se as palavras ao léu, e só resta àquele que lê, imaginar...
Esteticamente belo este post.
Sinteticamente tudo dito.
Tu sabes como eu acho o sintético estético e criativo.
Isso mesmo caro Tiago: todos interpretes à nossa maneira.
...esse valor tb está no que se transmite ao escrever... e tb é um valor conseguir que quem lê seja levado a imaginar, ou nao?
bjos
Estou com a Licas, com a Ematejoca, com a Luísa e com a Cláudia, contra a autora do post e, sobretudo, contra Tiago Taron.
A realidade não existe (ou existe apenas como o caos dos estímulos exteriores). A realidade somos nós que a criamos, no sentido em que a realidade é sempre o resultado final de uma nossa organização convencional e arbitrária do caos. O fenómeno estético ocorre, quando essa organização convencional e arbitrária possui uma lógica interna coerente. Se, adicionalmente, servir para interagir com eficácia com o caos, chamamos-lhe verdade científica.
Funes:
Não creio nada nessa sua filosofia, de que a realidade não existe e somos nós que a criamos.
Não há mistério nenhum, nem fenómenos ou mais que uma verdade, para mim é tudo muito mais simples. E como diz o poeta:
"Porque o único sentido oculto das cousas
É elas não terem sentido oculto nenhum".
Luisa:
Claro que não está a afastar-se do ponto, até porque isto terá pano para mangas e discorde à vontade.
:)
Mas apenas me revejo na sua última frase: " (...) há uma beleza nas coisas que nenhuma palavra sabe exprimir".
Licas, F@, Ematejoca, Nina e Cláudia:
Não são só os nossos olhos, ou o aquilo que sentimos, que faz com que o que se escreve seja belo, só por si; belas já são as coisas!
A palavra é só um meio para falar dessa beleza.
Once:
Tento mesmo não me faltar e cada vez mais.
Cada vez mais sinto isso. Quando, às vezes, consigo levar quem lê para as imagens que criei e outras tantas reparo que o que disse não consegui que fosse assim interpretado.
quando as palavras (ou uma tela) transportam-nos para o mundo delas, é o suficiente
Minha cara Patti,
Insisto na minha tese da natureza arbitrária e convencional da realidade. Em sua defesa, junto o texto abaixo, de Jorge Luís Borges:
He comprobado que la décimocuarta edición de la Encyclopaedia Britannica suprime el articulo sobre John Wilkins. Esa omisión es justa, si recordamos la trivialidad del artículo (veinte renglones de meras circunstancias biográficas: Wilkins nació en 1614, Wilkins murió en 1672, Wilkins fue capellán de Carlos Luis, príncipe palatino; Wilkins fue nombrado rector de uno de los colegios de Oxford, Wilkins fue el primer secretario de la Real Sociedad de Londres, etc.); es culpable, si consideramos la obra especulativa de Wilkins. Éste abundó en felices curiosidades: le interesaron la teología, la criptografía, la música, la fabricación de colmenas transparentes, el curso de un planeta invisible, la posibilidad de un viaje a la luna, la posibilidad y los principios de un lenguaje mundial. A este último problema dedicó el libro An Essay Towards a Real Character and a Philosophical Language (600 páginas en cuarto mayor, 1668). No hay ejemplares de ese libro en nuestra Biblioteca Nacional; he interrogado, para redactar esta nota, The Life and Times of John Wilkins (1910), de P.A. Wright Henderson; el Woerterbuch der Philosophie (1924), de Fritz Mauthner; Delphos (1935) de E. Sylvia Pankhurst; Dangerous Thoughts (1939), de Lancelot Hogben.
Todos, alguna vez, hemos padecido esos debates inapelables en que una dama, con acopio de interjecciones y de anacolutos, jura que la palabra luna es más (o menos) expresiva que la palabra moon. Fuera de la evidente observación de que el monosílabo moon es tal vez más apto para representar un objeto muy simple que la palabra bisilábica luna, nada es posible contribuir a tales debates; descontadas las palabras compuestas y las derivaciones, todos los idiomas del mundo (sin excluir el volapük de Johann Martin Schleyer y la romántica interlingua de Peano) son igualmente inexpresivos. No hay edición de la Gramática de la Real Academia que no pondere "el envidiado tesoro de voces pintorescas, felices y expresivas de la riquísima lengua española", pero se trata de una mera jactancia, sin corroboración. Por lo pronto, esa misma Real Academia elabora cada tantos años un diccionario, que define las voces del español... En el idioma universal que ideó Wilkins al promediar el siglo XVII, cada palabra se define a sí misma. Descartes, en una epístola fechada en noviembre de 1629, ya había anotado que mediante el sistema decimal de numeración, podemos aprender en un solo día a nombrar todas las cantidades hasta el infinito y a escribirlas en un idioma nuevo que es el de los guarismos [1]; también había propuesto la formación de un idioma análogo, general, que organizara y abarcara todos los pensamientos humanos. John Wilkins, hacia 1664, acometió esa empresa.
Dividió el universo en cuarenta categorías o géneros, subdivisibles luego en diferencias, subdivisibles a su vez en especies. Asignó a cada género un monosílabo de dos letras; a cada diferencia, una consonante; a cada especie, una vocal. Por ejemplo: de, quiere decir elemento; deb, el primero de los elementos, el fuego; deba, una porción del elemento del fuego, una llama. En el idioma análogo de Letellier (1850), a, quiere decir animal; ab, mamífero; abo, carnívoro; aboj, felino; aboje, gato; abi, herbivoro; abiv, equino; etc. En el de Bonifacio Sotos Ochando (1845), imaba, quiere decir edificio; imaca, serrallo; imafe, hospital; imafo, lazareto; imarri, casa; imaru, quinta; imedo, poste; imede, pilar; imego, suelo; imela, techo; imogo, ventana; bire, encuadernor; birer, encuadernar. (Debo este último censo a un libro impreso en Buenos Aires en 1886: el Curso de lengua universal, del doctor Pedro Mata.)
Las palabras del idioma analítico de John Wilkins no son torpes símbolos arbitrarios; cada una de las letras que las integran es significativa, como lo fueron las de la Sagrada Escritura para los cabalistas. Mauthner observa que los niños podrían aprender ese idioma sin saber que es artificioso; después en el colegio, descubrirían que es también una clave universal y una enciclopedia secreta.
Ya definido el procedimiento de Wilkins, falta examinar un problema de imposible o difícil postergación: el valor de la tabla cuadragesimal que es base del idioma. Consideremos la octava categoría, la de las piedras. Wilkins las divide en comunes (pedernal, cascajo, pizarra), módicas (mármol, ámbar, coral), preciosas (perla, ópalo), transparentes (amatista, zafiro) e insolubles (hulla, greda y arsénico). Casi tan alarmante como la octava, es la novena categoría. Ésta nos revela que los metales pueden ser imperfectos (bermellón, azogue), artificiales (bronce, latón), recrementicios (limaduras, herrumbre) y naturales (oro, estaño, cobre). La ballena figura en la categoría décimosexta; es un pez vivíparo, oblongo. Esas ambigüedades, redundancias y deficiencias recuerdan las que el doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos. En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas. El instituto Bibliográfico de Bruselas también ejerce el caos: ha parcelado el universo en 1000 subdivisiones, de las cuales la 262 corresponde al Papa; la 282, a la Iglesia Católica Romana; la 263, al Día del Señor; la 268, a las escuales dominicales; la 298, al mormonismo, y la 294, al brahmanismo, budismo, shintoísmo y taoísmo. No rehusa las subdivisiones heterogéneas, verbigracia, la 179: "Crueldad con los animales. Protección de los animales. El duelo y el suicidio desde el punto de vista de la moral. Vicios y defectos varios. Virtudes y cualidades varias."
He registrado las arbitradiedades de Wilkins, del desconocido (o apócrifo) enciclopedista chino y del Instituto Bibliográfico de Bruselas; notoriamente no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el universo. "El mundo - escribe David Hume - es tal vez el bosquejo rudimentario de algún dios infantil, que lo abandonó a medio hacer, avergonzado de su ejecución deficiente; es obra de un dios subalterno, de quien los dioses superiores se burlan; es la confusa producción de una divinidad decrépita y jubilada, que ya se ha muerto" (Dialogues Concerning Natural Religion, V. 1779). Cabe ir más lejos; cabe sospechar que no hay universo en el sentido orgánico, unificador, que tiene esa ambiciosa palabra. Si lo hay, falta conjeturar su propósito; falta conjeturar las palabras, las definiciones, las etimologías, las sinonimias, del secreto diccionario de Dios.
La imposibilidad de penetrar el esquema divino del universo no puede, sin embargo, disuadirnos de planear esquemas humanos, aunque nos conste que éstos son provisorios. El idioma analítico de Wilkins no es el menoos admirable de esos esquemas. Los géneros y especies que lo componen son contradictorios y vagos; el artificio de que las letras de las palabras indiquen subdivisiones y divisiones es, sin duda, ingenioso. La palabra salmón no nos dice nada; zana, la voz correspondiente, define (para el hombre versado en las cuarenta categorías y en los géneros de esas categorías) un pez escamoso, fluvial, de carne rojiza. (Teóricamente, no es inconcebible un idioma donde el nombre de cada ser indicara todos los pormenores de su destino, pasado y venidero.)
Esperanzas y utopías aparte, acaso lo más lúcido que sobre el lenguaje se ha escrito son estas palabras de Chesterton: "El hombre sabe que hay en el alma tintes más desconcertantes, más innumerables y más anónimos que los colores de una selva otoñal... cree, sin embargo, que esos tintes, en todas sus fusiones y conversiones, son representables con precisión por un mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos. Cree que del interior de un bolsista salen realmente ruidos que significan todos los misterios de la memoria y todas las agonias del anhelo" (G. F. Watts, pág. 88, 1904).
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[1] Teóricamente, el número de sistemas de numeración es ilimitado. El más complejo (para uso de las divinidades y de los ángeles) registraría un número infinito de símbolos, uno para cada número entero; el más simple sólo requiere dos. Cero se escribe 0, uno 1, dos 10, tres 11, cuatro 100, cinco 101, seis 110, siete 111, ocho 1000... Es invención de Leibniz, a quien estimularon (parece) los hexagramas enigmáticos del I King.
Temos post para dar e vender. Rico nas escolha de poucas palavras, cheio de muito ver e dizer!
O valor do que se escreve pode estar nos olhos e nos sentidos de quem lê, ou nos olhos e nos sentidos de quem escreve o que vê. O mais interessante para mim é sermos realmente tão pouco importantes e no entanto estarmos semprea dar-nos esta importancia toda em tudo o que fazemos, dizemos,escrevemos, sentimos. Também, se não fosse assim...
Olha, há uma beleza imensa nesta música de Sinatra, na foto com as gaivotas de papel, no sol que ontem me acompanhou, mas talvez em outro dia não encontre tanta beleza assim. Sem explicações, minha cara Patti.
Isto levava a uma discussão e pêras (daquelas belas e apetitosas).
Tendencialmente estou mais dé acordo com a Luísa, mas depois tinha de discorrer sobre o que é isso de belo, de valor, até mesmo de palavras... Afinal o que são as palavras senão a expressão de uma ideia? Os palavrões serão obrigatoriamente horrendos e sem valor e as declarações de amor obrigatoriamente belas? Oh, onde isto me ( nos) levava.... É melhor ficar por aqui.
Na grande maioria dos casos a beleza está nos olhos de quem vê. Mas nem sempre.
Em todo o caso, este post com esta imagem e esta música é, indubitavelmente uma beleza.
Concordo com o que dizes, no entanto sinto que nem sempre as palavras conseguem transmitir o que os olhos vêm. Daí muitas vezes a noça preocupação nas escolhas das palavras...
Beijinhos
Para bom entendedor...
Beijos.
"E a beleza das coisas,onde está ela?"
(Alberto Caeiro)
LeniB:
"Si, eis o que os meus sentidos aprenderam sozinhos:
-As cousas não têm significação: têm existência.
As cousas são o único sentido oculto das cousas".
(idem)
Daí a impotência do poeta?
Pedro:
Bem vindo ao Ares e respondendo à sua questão: muito provavelmente sim.
Não me abstenho do belo, procuro com as palavras definir o que vejo, transparecer o que sinto. O que vier por acréscimo, pois que venha!
É por isso que só vejo belezas no Ares da minha graça!
Obrigada por nos trazer toda essa beleza.
Beijo
aqui vejo 'belo', ai se vejo!
:)
Pano para mangas, de facto este tópico. Fico-me pelo comentário do Caríssimo Funes. "Sobretudo em desacordo" comigo quando digo que não criamos nada e que somos meros interpretes? Pois caro Funes, isso não quer dizer - como supôs - que eu acredite numa realidade independente da realidade humanizada, ou que aquilo a que chamamos realidade não corresponda por si a uma criação da nossa espécie - e que vai evoluindo. Onde pode estar em desacordo comigo será então na atribuição a cada um, a cada individuo, do estatuto de "criador" e é nisso em que deixei de acreditar. Gosto muito de um dos contos de Borges a propósito do sonho e do poema de Cloridge. Penso que está nas Outras Inquirições ou na História Universal da Infâmia (não estou certo sequer que seja numa destas). Nesse conto Jorge Luís Borges questiona-se como terá
a sido possível a Cloridge sonhar com o mesmo palácio descrito numa poesia, vários séculos antes, a que ele nunca poderia ter tido acesso. A minha resposta vai no sentido de que as ideias não são infinitas, a nossa "organização do caos" tem ferramentas igualmente nãoi infinitas, têm que ver com os recursos da espécie e um deles é a linguagem (que pelos vistos enquanto genoma também parece que jná se encontrava no Homem de Neadertal). Só quis dizer, caro Funes, que somos meros interpretes da beleza que enquanto espécie soubemos "organizar" na realidade. Só quis dizer que não somos criadores enquanto individuos mas enquanto espécie, mas isto é um mero persentimento, um mero balbuciar de ideias certamente desconexas, e como sempre digo, copnsigo apetece-me sempre recordar o Padre António Vieira: e se alguma coisa do que aqui disser for contrário ao seu pensar e sentir, eu desde já retrato desminto e desdigo pois mais quero ser obediente leitor que querer parecer inteligente criador.
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